¡Hola a todos!
¿Como estáis? Espero que tan bien como yo.
Os cuento que el mes pasado fue un mes cargado de muchas emociones para mí,
porque recibí el
"Primer Premio General del XI
Certamen Literario de Cartas “NerjaMujer”, organizado por la concejalía de Igualdad de Nerja y que este año tenía como tema “Tierra trágame”.
Muchos me han pedido que suba el
relato que escribí, aquí os lo dejo para que lo leáis.
Espero os guste.
Querida Maleni:
¿Qué tal sigue todo por nuestro barrio? Por aquí todo
bien, por suerte. Aún me cuesta adaptarme porque a pesar de haberme echado una
amiga andaluza, (de Málaga, y fíjate donde nos hemos ido a conocer), este país
es muy diferente.
Aunque por otro lado, también tengo buenas
noticias. Ya podéis dejar de llamarme “Anita la timidita” por allí. Eso ha
pasado a la historia, definitivamente. ¿Por qué?. Te cuento:
El otro día, estaba en el supermercado
del pueblo. Lleno de gente a más no poder. Una cola de cuatro metros en la caja.
Bueno no tanto, un poco menos, pero
enorme: Los niños chillando, las madres locas pensando en vete a saber qué, los
padres con sus móviles, los abueletes con sus bastones… en fin, el supermercado
lleno.
Yo, con mi amiga María, la malagueña.
Una chica que es lo contrario a mí, (soltera, extrovertida, sociable, terrible,
y un montón de cosas que es mejor no decir, ya me entiendes, ¿no?).
Bueno, en fin, estábamos en la fila
para pagar las cuatro tonterías que nos íbamos a comer en el descanso del
trabajo, vamos a pagar, y me dice mi amiga: – ¡Espera, pago yo!
Abre su bolso y empieza a rebuscar, y como no
encuentra su monedero, desparrama todo el contenido del bolso en el mostrador,
sus gafas, kleenex, agenda, tampones, lápiz labial, y ZASSS, un vibrador. Si, como te lo digo. Un vibrador. Pero no de
los pequeños, no. El más grande del
mercado, y último modelo: de goma gruesa, transparente, con bolitas en el
interior y estrías por fuera, un certero tono rojizo en la punta, y un pequeño
depósito de agua color amarillo en la base.
“¡Dios!”.
Miro a la dependienta, Me mira. La miro.
Yo muriéndome de vergüenza. La dependienta, colorada. Las abuelas de la
cola abriendo los ojos como platos. Los
niños preguntando a sus madres que qué juguete era ese. Los maridos dejando de
teclear y sacando fotos como locos ,y mi
amiga, como si la cosa no fuera con ella, rebuscando en el bolso, completamente
ajena a lo que estaba pasando.
Le grito a María -¡Niña que nos están mirando! -, y ella
muy tranquila, me lo pone en la mano, y sigue revolviendo en su bolso sin
levantar la vista. Yo, sin saber qué hacer con aquel gusano biónico,
trato de metérmelo bajo el brazo, con tan mala suerte que se me cae. Corro a
agacharme para recogerlo, y al intentar alcanzarlo le doy un manotazo. Aquella
cosa enorme se desliza por el suelo unos metros, para terminar en los pies de
una anciana que, con una mezcla de horror y asco, decide darle una patada. La
vieja bien podría haber jugado para la selección de futbol de Brasil, porque “aquello”
paso a escasos centímetros de mi cara a toda velocidad elevándose por los aires.
Mientras me incorporo y trato de
encontrar el paradero de la “cosa voladora”, un sonido terrible llena el
supermercado entero. La maldita cosa tuvo a bien tomar tierra golpeando el micrófono
encendido de la cajera, y provocando un estallido en los altavoces de todo el
local que hizo que todo el mundo corriera a taparse los oídos y volviera la
mirada hacia donde estaba yo, justo a tiempo para verme caer de bruces sobre el
mostrador en un intento de arrebatarle el maldito “bicho” a la cajera, que lo
sostenía con dos dedos y expresión de
espanto, ante sus ojos.
Pero no pudo ser. La cajera, ajena a
mi cara de súplica, decidió deshacerse del
aparatejo como el que se quita una araña de la chaqueta, lanzándolo sin
mirar y haciéndolo, de nuevo, perderse
en las alturas , esta vez en dirección a
la sección de lácteos.
Yo, totalmente empecinada ya en
hacer desaparecer el puñetero juguete y
hacérselo tragar a su dueña, corro tras él “cloqueteando” con mis tacones, a
punto de partirme los tobillos, el pelo hecho una maraña y llevándome por
delante una pirámide de latas de atún, un carrito de bebé y a dos señoras cuyas
maldiciones en árabe deben andar resonando todavía en algún rincón de la Selva
Amazónica.
Pero lo conseguí.
Agarré aquella cosa y, recogiendo lo
poquito de dignidad que me quedaba, avancé hecha una furia hacia la caja y me
encaré con María, dejando el cacharro sobre la cinta con un sonoro golpe de lo
más dramático. Y vaya si lo fue.
Aquello empezó a zumbar y a retorcerse
sobre la cinta como si estuviera vivo, haciendo rechinar las bolitas de adentro
y lanzando pequeños chorritos de agua (caliente), en todas direcciones, ante la
atónita mirada del resto de los presentes, que ya ni reaccionaban ante lo
absurdo de la situación.
Pero al menos, María reaccionó por fin.
–“Niña, que haces criatura, que eso no “é” un juguete, por dios, dame eso! ¡No
te da fatiga..!–me dijo por lo bajini con mirada acusadora.
Acto seguido, lo metió en su bolso,
dejó un billete sobre el mostrador y salió del supermercado como si tal cosa,
dejándome allí con la boca abierta, las rodillas temblando, sin saber si reír o
llorar, y pensando “Tierra, trágame”.
En fin, la parte positiva de eso es
que ya no soy vergonzosa porque no me queda vergüenza que perder…En el pueblo, ahora
me miran raro y no me habla mucha gente. Pero por otro lado, en Youtube, lo
estoy petando. Puedes buscarme como “Indi-Ana Jones, y la P… Voladora”.
Un abrazo.
Escribe pronto.
Besos, Ana